De acuerdo con el relevamiento efectuado a fines de junio, el primer semestre del año presenta una propensión muy clara que se define por tendencias de consumo de mediano y largo plazo estables con menores niveles de ahorro, lo que indicaría que las familias han consumido a través de cierto desahorro, señala a LA GACETA Susana Nuti, directora de la Fundación Mercado. En el corto plazo, la suba en el consumo tuvo un gran respaldo en dos puntos: el ingreso adicional proveniente de la asignación por hijo y la seudo batalla entre los bancos para otorgar la mayor cantidad posible de descuentos y cuotas a través de tarjetas de débito, en el primer caso, y de crédito, en el segundo.

El otorgamiento de la asignación por hijo produjo un incremento muy fuerte en los ingresos de menor nivel. Esto fue volcado en su mayoría al consumo, principalmente de alimentos y productos de primera necesidad, explica Nuti. Esto puede verse como un "efecto géiser", porque la expansión del gasto de los ingresos más bajos produjo efectos positivos sobre el escalón superior subsiguiente y así sucesivamente. "A la inversa del efecto derrame, este estímulo al consumo de los menores ingresos fue de abajo hacia arriba", acota la economista.

La proliferación de descuentos y cuotas por parte de los bancos y algunas cadenas comerciales se volcó de modo preponderante, al menos en sus inicios, a los nuevos productos digitales (plasmas y LCD) y las pequeñas computadoras personales (notebooks y netbooks). El factor Mundial colaboró en este proceso. Paulatinamente el énfasis comenzó a encauzarse hacia otros productos que también requieren un desembolso significativo, añade la directora de la Fundación Mercado. En la mayor parte de los casos, estos descuentos sólo pueden ser aprovechados por los ingresos medios y altos que son los que detentan la porción más sustancial de las tarjetas beneficiadas, ya que en esos segmentos la proporción de bancarización es muy elevada. La existencia de las 50 cuotas si bien puede ser vista como un consumo feroz que tiende a evitar el "esfuerzo" del ahorro, también puede ser observada como un ahorro en 50 meses que tiene como premio la obtención anticipada del producto y, por ende, una reducción del ingreso disponible a futuro. La cuestión básica -plantea Nuti- es hasta qué punto este consumo que se ha presentado fortalecido resulta sustentable. El primer punto de respaldo depende de que el potencial expansivo no se vea opacado por el deterioro que le pueda imprimir la inflación y que el gasto público obtenga su financiamiento de forma genuina, sin impulsar él mismo la inflación tan temida; para lo cual se debería comenzar a mejorar la composición del mismo y desandar el andamiaje complejo y poco transparente de subsidios que viene acarreando desde hace varios años. El segundo punto se relaciona con la capacidad de endeudamiento de las familias y su horizonte de empleo e ingreso real; punto que también depende de la evolución de los precios y de la puja sectorial que empujan salarios y, por ende, costos. Unas expectativas de inflación creciente, y consecuente deterioro de poder adquisitivo, y posibilidades de empleo en baja, sólo pueden fogonear un consumo especulativo y oportunista que no resulta suficiente para alentar planes de inversión que amplíen la oferta necesaria en ciertos sectores atrapados en cuellos de botella importantes, alerta Nuti.